Con apenas cinco años de edad, el pequeño Claudio Arrau ya estaba destinado a desafiar al mundo de la música. Impulsado por su madre, Lucrecia León, en 1908 el incipiente artista ya estaba listo para ofrecer su primer concierto en piano en el Teatro Municipal de Chillán que por esos años se enclavaba en lo que actualmente es la Casa del Deporte.
Un año después realizó una serie de audiciones ante congresistas y el propio Presidente Pedro Montt, quien le otorgó una beca que duró diez años para cursar estudios formales en Alemania, momento en el cual se transformaría en un verdadero ciudadano del mundo.
En 1913 se acerca al maestro Martín Krause quien durante cinco años lo alzó a la categoría de discípulo. Ya en la década del veinte el nombre de un joven chileno comenzaría a propagarse como la pólvora prendida por los más importantes escenarios de Europa. Krause fallece en 1918 y aunque el golpe fue duro para el joven chileno, se propuso no decaer en su intento por convertirse en un destacado pianista.
Arrau continuó sus presentaciones; recibió aplausos y reconocimientos en Europa, y obtuvo durante dos años consecutivos, con 16 y 17 años de edad, el importante Premio Liszt que había sido declarado desierto durante 45 años. A su primer disco de cilindro de 1922 y su primer disco de plataforma, en 1927, sumó cientos de registros musicales con los sellos más importantes del mundo.
Vivió un tiempo más en Europa hasta que estalló la Guerra Mundial que lo obligó a abandonar Alemania para radicarse en Estados Unidos junto a su familia.
Su prestigio como pianista lo situaba por aquellos años como el último vínculo con los grandes músicos del siglo pasado. Se le consideró el gran intérprete de Liszt, redescubridor de Chopin, gran señor de Brahms, recreador de Schumann, revelador de Schubert e insuperable intérprete de Beethoven.
En 1980 el chileno recibió la medalla Hans Von Buelow de la Orquesta Filarmónica de Berlín. 1982 fue declarado el “Año de Arrau” por los principales círculos musicales del mundo. Para celebrar y homenajear su aporte a la música, se publicaron libros y ediciones musicales maestras y se realizaron importantes festivales. Así, se lanzó su primer disco compacto de música clásica con los valses completos de Chopin. El maestro recibió las máximas distinciones de numerosos países, como la Legión de Honor de Francia, el Premio de la Música de la Unesco, la Medalla Beethoven de Nueva York y el grado de doctor honoris causa de la Universidad de Oxford.
Ese mismo año regresa a Chile para brindar una serie de concierto que también incluye su ciudad natal. “Ser reconocido por la gente y la tierra donde uno nació es para mí la consagración definitiva. A uno lo pueden distinguir los amigos, los admiradores y los críticos, pero si falta el reconocimiento de la propia familia, el honor y la fama son incompletos. Ahora la familia chilena ha decidido concedérmelo y mis sentimientos son una mezcla de gran humildad y emocionada satisfacción”, declaró el maestro a LA DISCUSIÓN.
Luego de la muerte de su esposa y de un accidente doméstico que lo tuvo ausentado de los escenarios, Arrau se encontraba en Muerzzusching, Austria, para comenzar allí una serie de conciertos de regreso a la música. Sin embargo, el 9 de junio de 1991 fallece en el hotel que lo alojaba. Sus restos descansan en el Parque de los Artistas del Cementerio Municipal de Chillán desde aquella época, cuando fue recibido por toda la comunidad y las máximas autoridades de la época.
A su muerte, dejó un legado intelectual y material de proporciones. Su sobrino Agustín Arrau Henríquez se convirtió en el albacea de los bienes que se encontraban en Estados Unidos.
Sin embargo Agustín falleció en el 2009 luego de reestablecer las conversaciones con el municipio de Chillán en torno al legado. Aún es un misterio qué ocurrió con todo lo que atesoró la Fundación Arrau en el país del norte.